No esperé que cayera el sol. No pude hacerlo. El pesado recuerdo sobre mis hombros impedía sostener la atención en los apacibles sonidos de la paciencia.
-“Tranquilo…”
No paraba de repetirme la mentirosa palabra, incontenible, fugaz, inalcanzable.
-“Tranquilo…”
Los pasos aparecían y se sucedían unos a otros en unos períodos definidos. Podía suponer que se trataba de excesos de mi conciencia. Trababa mis ideas intentando descifrar el pulso de mis pasos.
- "Izquierda, derecha, izquierda, derecha..."
Armonioso. ¡¡Parecían segundos!! La mágica voz interna daba leña en la incendiada caldera de la impaciencia. Y yo, racionalmente, sin reparar en el apuro, me repetía en susurros mentales:
-“Tranquilo…”
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