jueves, 19 de agosto de 2010

Fragmento, o primera parte de "Fui sabor dentro de un infarsín"


Fraseando en otros recuerdos esquivé al menos diez veces esta anécdota, renombrando falsas hazañas o simplemente comentando el estado del clima. Me arrinconó una foto que encontré abrazada a mis borradores. Ahora, a mis setenta y seis años, veo divertida mi “dicha”. La foto está en perfecto estado de conservación; es en blanco y negro pero pura y exclusivamente por haber sucedido de esa manera.

Mi tía estaba descubriendo la fotografía y realizó una serie de tomas de contornos de la ciudad. Cosas que vemos pero no miramos. Los autos se deslizan como turbas incansables de hojas y mi tía pulsaba, e instantáneamente se inmovilizaban. Era como un juego de estatuas. Lo maravilloso era retener el momento en un recuerdo, cerrar los ojos y permitir a los aprendizajes anteriores voluminizar la imagen. De pronto girar y, con los ojos aún cerrados, nombrar la imagen a veces a los gritos (éste recuerdo en particular me produce emoción extrema y sonrisas). ¡Magia! Fijaba las fotos en mi memoria.

Por ese tiempo me dedicaba mucho a ser niño. Imaginate, rondaba los nueve años y tenía una energía que hoy envidio. El caso es que no la acompañaba siempre que salía a inmortalizar la ciudad, pero procuraba no faltar al momento en que se podía comparar el recuerdo con la foto. Era así como encontraba esquinas de la ciudad que no conocía…


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