jueves, 29 de abril de 2010

El cuerpo


Caen las siluetas adornadas. Las almas extraviadas del pasado, entretenidas asediándome, advierten con colérico desprecio mi indiferencia. Así, empolvado de sus corridas, yo persisto con mi camino.


Nada me asusta más que el pasado, ni siquiera el agrio porvenir que me pronostico. Sería muy tonto si viera la muerte como solución y a la diversidad interminable como fuente de la posible elección del camino correcto. Domino mis actos, no la consecuencia de cada uno de ellos. Nada me acelera más que el deseo interno y genuino, maduro y sólido de todas mis ideas consolidadas en una sola. Empiezo a mover mis pensamientos. Yo nos los muevo. Me río como irónicamente… a media boca. No me doy cuenta del absurdo mundo; real e ilógico como mis sueños. Ni siquiera advierto nada que se parezca a entender que estoy dentro de un envase, y es ahí mismo cuando me volatilizo.


En esta oportunidad estoy sobre mi y sigo cerca de las almas que ahora no me ven pero nunca dejan de molestarme; miran al hombre que no me lleva como clavando sus miradas en la carne fervorizada. En realidad las noté a todas mirando fijamente algo. Murmuran entre ellas pero no alcanzo a oír sus frases desiertas. Desaparecieron las dudas en mí, ya encogido de hombros sostengo ahora muy poco peso y pocos recuerdos precisos. Debo mirar y observar con detenimiento, creo también que puedo pensar más de lo que puedo aprovechar.


Se hizo de mi la razón y la eterna curiosidad que ahora me hace ver lo que las almas miran. Y veo mi cara que no es la misma que en los espejos, es única y distinta a la de cada instante captado por alguna fotografía previa. No encuentro explicación a esto y me salen palabras nada ligadas y que no explican ni a extensas cercanías lo que quiero decir: fatal, intersticial o antiquísimo. Deberían poder vivirlo. Mi expresión traía el miedo tatuado. Como conseguir, en simples palabras, describir las explicaciones que daba aquel rostro a alguna preocupación? Igualmente no fue solo eso. Mis músculos se contraían y relajaban con rapidez haciéndome correr por la pampa cementada y no se hacia donde (ni porque). Nadie me seguía.


Sentiría mi humanidad? Como? Si yo estaba… estoy acá mismo!!! Y ahora temo por ese cuerpo. Quien lo va a atrapar? Empiezo a avivarlo como si fuera una mesa ayudando a su árbol a huir del carpintero. Estoy lejos. Me separa la inmensa masa de nada que limita la corta realidad; y mi cara de terror que no cambia. No puedo siquiera imaginarlo como un sueño porque no siento nada; en los sueños me agito, siento vértigo, pero ahora solo temo. Busco otro punto de referencia y encuentro al Sol. Por su alineación con la avenida Marcelo T. de Alvear deberían ser las siete (o las ocho), de un día de octubre o marzo, y redoblo esfuerzos para hallar un reloj y un almanaque. Asombrosa y mortalmente son las 18:36 del jueves 12 de marzo de 2009.


Me perdí de vista en la búsqueda del tiempo exacto. Gran entretenimiento el que encontré. Vagué mucho por la esfera, ni comer ni dormir necesito. Ya, pasado el tiempo, habiendo llegado a muchas conclusiones descartadas, decidí atarme a un deseo y es reencontrarme en el instante en que no me dominaba intelectualmente.


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